Hay en Barbate un colegio con el nombre de Francisco Giner de los Ríos. No es el único del país, anque, sin saber cuántos centros puede haber con ese nombre, me imagino que existirán muchos. En mis clases de Historia de España de 2º de Bachillerato tratamos en algún momento su obra y la de otro pedagogo, Francisco Ferrer y Guardia. Considero necesario hacerlo, entre cosas, porque son dos figuras relevantes de nuestra historia contemporánea, con una gran influencia en su momento y, por qué no, en nuestros días. Y también, y añado una cosa más, porque una parte del alumnado del instituto acaba estudiando magisterio o alguna carrera que tiene relación con la educación. Más de lo que nos imaginamos y más de lo que inicialmente van manifestado.
Si mi interés por Giner de los Ríos y Ferrer y Guardia tiene una explicación en parte de lo que antes he dicho, se reforzó hace cuatro años cuando viví una situación anecdótica, a la que me voy a referir. Durante un curso que organizaron la Universidad de Cádiz y el CEP de Cádiz dedicado al mundo de la enseñanza durante los últimos cien años (no recuerdo el título exacto, pero no importa), coincidí con antiguos alumnos míos del instituto donde trabajo que se habían matriculado en Magisterio. Durante uno de los momentos de receso, en que hablamos de cómo les iba o de la marcha del instituto, salió a colación las figuras de los pedagogos antes mencionados, porque estuvieron presentes en algunas de las ponencias y, sobre todo, Francisco Ferrer y Guardia. Se acordaban de cómo el año anterior los habían tratado conmigo y de insistencia en tenerlos en cuenta, pese a que se peleaban conmigo al no ser un tema que entrara en la selectividad (¡ay, madre mía, qué desatino!).
Y aquí está uno de los problemas que tenemos en la enseñanza. Saber enlazar lo que se enseña con la realidad, pero, cuidado, no de una manera utilitarista, sino de comprensión de esa realidad. La tendencia "natural" del alumnado es dejarse llevar por lo más cómodo a corto plazo, que además se potencia por buena parte del profesorado. Y aquí entra esa forma de enseñanza tradicional donde prima lo memorístico, que tiene un efecto poco duradero y, por lo tanto, poco eficaz. O también ejercer una práctica docente aislada de la realidad, que lleva a primar lo "teórico", la repetición mecánica de lo transmitido... Y así salen después las cosas.
Pero pasemos, en este caso, a Fancisco Giner de los Ríos, quien en su día escribió hace más de cien años cosas como éstas: "La separación entre el discípulo y el maestro (...); la sequedad de las relaciones, limitadas a la función meramente instructiva sin extenderse casi nunca a la educación intelectual y mucho menos a la moral, física, etc; el carácter verbalista y mecánico de los métodos; el sentido abstracto de los programas (...), como que se excluye expresamente todo lo que puede tener interés de actualidad y alguna conexión con los asuntos y problemas diarios de la vida; la falta de cooperación por la parte de las familias...". Palabras que se pueden considerar de gran actualidad. Nació en la ciudad malagueña de Ronda en 1839, estudió Derecho en Barcelona y se instaló finalmente en Madrid, donde desarrolló su actividad profesoral en la Universidad Central y durante unos años en la Institución Libre de Enseñanza. Liberal de espíritu, estaba influido por el pensamiento krausista, extendido en algunos círculos universitarios desde que Sanz del Río lo introdujera en España. El krausismo hacía de la educación de las gentes y de su rectitud moral los pilares sobre los que debería asentarse la sociedad. Giner de los Ríos sufrió por ello los rigores de la represión gubernamental en dos ocasiones, cuando fue separado de su cátedra al defender la primacía de la razón frente al oscurantismo religioso y oponerse a una monarquía arbitraria. La última tuvo lugar en 1875, cuando apareció el régimen de la Restauracion, lo que llevó a fundar en 1876 la Institución Libre de Enseñanza. Fue un centro educativo pequeño, pero de gran trascendencia, pues aportó prácticas e ideas avanzadas en su tiempo como la coeducación, el laicismo, la educación física, las excursiones escolares, la enseñanza global, la desaparición de los castigos y premios, etc. Por sus aulas pasaron, como docentes o estudiantes, Leopoldo Alas, Bartolomé de Cossío, Joaquín Costa, Julián Besteiro, los hermanos Machado, etc. y a su influencia se deben logros como el Museo Pedagógico (1882), la extensión universitaria, el ministerio de Instrucción Pública (1900), la Junta de Ampliación de Estudios (1910, que posibilitó completar los estudios en el extranjero) o la Residencia de Estudiantes. Ésta, creada en 1910, fue un hervidero de personajes que acabaron siendo tan relevantes como el pintor Salvador Dalí, el cineasta Luis Buñuel o el literato Federico Garcia Lorca. Pero, sobre todo, y ahora en palabras de su sobrino, el socialista Fernando de los Ríos, "sus discípulos se injertaron en la organización pedagógica española en el mayor silencio. La Escuela Superior de Magisterio, la Junta de Ampliación de Estudios, la Escuela de Criminología y hasta la Residencia de Estudiantes (...) han sido los gérmenes que han posibilitado el advenimiento de un régimen nuevo (...). La República española recoge los resultados de aquellos años".
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