jueves, 17 de junio de 2010

EDUCACIÓN DEMOCRÁTICA Y CULTURA DE PAZ

EDUCACIÓN DEMOCRÁTICA Y CULTURA DE PAZ
por Paula Prados Maeso

Todos estamos de acuerdo en que una de las funciones más importantes de la escuela es educar para la democracia o lo que es lo mismo: tener como objetivo el desarrollo de las capacidades y potencialidades que hagan posible una convivencia social fundada en una serie de valores, tales como el respeto o la solidaridad.
Si se consigue esta formación de los estudiantes, éstos podrán participar activamente en todos los ámbitos de la vida social e incluso política.
Para que esta función de la escuela logre su objetivo, la organización escolar en su conjunto deberá desarrollarse en un entorno democrático: planes y proyectos, currículos, prácticas educativas, implicación de la comunidad escolar al completo, etc. En primer lugar, no se puede olvidar nunca que los principales actores de este entramado proceso democrático deben ser los propios alumnos y alumnas, quienes deben ser escuchados y tomados en cuenta, antes de tomar cualquier decisión que les afecte.
Afirma Varela ( Varela, 1874: 29) “La escuela en su organización definitiva debe ser un mundo pequeño, donde los niños piensen, sientan y se agiten con los hombres…” Aunque esta idea fue escrita hace más de un siglo, tiene para mí plena vigencia, pues resume la idea de lo que debe ser la educación actual e ideal; es decir, si hacemos de las personas pequeñas que se encuentran en las aulas (alumnado) seres pasivos, sin derecho a hablar pensar, sentir y por supuesto, protestar para defender sus ideas y sus derechos, no lograremos seres humanos comprometidos con el mundo que les rodea, en el que se muestren activos, dinámicos, con ganas de modificar las estructuras injustas, de intentar que los valores en su conjunto triunfen en las relaciones sociales, etc.
Afirma Santos Guerra en la misma línea que favorecer la participación del alumnado es crucial, pues no sólo apoya la realización de actividades, sino también la adquisición de responsabilidades en el proyecto escolar, convirtiéndose los alumnos en agentes de su propia formación y no en simples destinatarios de la acción educadora (Santos Guerra (1.995).
Debe existir un diálogo necesario entre los protagonistas de la escuela y entre éstos y la sociedad. Para que el diálogo se produzca, no solo hace falta actitud de practicarlo; se necesitan también estructuras organizativas que lo hagan posible (Santos Guerra, M.A. 2000: 7). Evidentemente, la mera actitud o predisposición positiva para el acercamiento entre familias y profesorado o entre éste y sus alumnos y alumnas, no tiene sentido si no va acompañada de situaciones reales de diálogo; me explico: no tendría lógica que los tutores quisieran mantener encuentros periódicos con los padres de su alumnado si la organización docente no contemplara horarios flexibles, adecuados y oportunos para posibilitar estos encuentros. Así mismo, por mucho interés que tuviera un tutor de educación primaria por organizar asambleas de clase o tutorías grupales semanales si no existe en el Proyecto de Centro una franja horaria contemplada para llevar a cabo este tipo de actuaciones ¿para qué serviría dicho interés?.
Por último, Rudduck (Rudduck, 1999), hacía hincapié en la importancia capital que tiene la participación de toda la comunidad escolar y en especial de los alumnos. Sin embargo, paradójicamente, pocas veces se cuenta con ellos. Su perspectiva, su opinión, su actitud son indispensables para que la escuela crezca.
Hasta ahora, en nuestra escuela pública, excepto honrosas excepciones, no se ha implantado y mucho menos generalizado un procedimiento de toma de decisiones tanto en lo que respecta a la organización educativa como a la práctica de la enseñanza. Sin embargo, mientras no se escuchen de forma directa las necesidades, problemas, expectativas o ideas del alumnado, no adquirirá la enseñanza la cualidad de democrática.
Muchos directores, jefes de estudio, inspectores de educación y por supuesto maestros y profesorado en general podrían pensar que en la escuela democrática, el alumnado “puede hacer lo que quiera” y este pensamiento está muy alejado de la realidad, ya que un colegio o instituto que desee democratizarse, lo primero que debe plantearse es que el alumnado, junto al resto de los integrantes de la comunidad educativa, incluyendo a los padres, participen de forma directa en la toma de decisiones que afecten a todas las partes.
Evidentemente, para poder participar el alumnado de forma activa y responsable en cualquier proyecto, actuación o en introducir cambios significativos en el ámbito educativo, es necesaria la formación previa en dos aspectos: por un lado, conocer bien el contenido de los derechos que tiene: a opinar, decidir, protestar, etc. y los niños y adolescentes deben aprender a ejercer éstos democrática y responsablemente. Por otro, se les debe dotar de los conocimientos necesarios acerca de los temas sobre los que deben pronunciarse; por ejemplo, si desconocen qué es un consejo escolar, unas actividades extraescolares, un plan de centro o de convivencia, etc. difícilmente podrán expresar sus opiniones al respecto.
Otro elemento a tener en cuenta en la consideración de la escuela democrática es la formación del profesorado, pues no se trata solo de adquirir muchos conocimientos de lengua, matemáticas o historia, sino de que el alumnado de magisterio aprenda la oportuna pedagogía para saber transmitir lo adquirido, haciendo posible la participación democrática de sus alumnos y alumnas en la transmisión de tales saberes, con el fin de que adquieran la condición de ciudadanos el día de mañana, en el más amplio sentido del término. El profesorado tiene que ser consciente de sus limitaciones en este ámbito, pues al igual que un refrán popular dice: “no es lo que dice, sino cómo lo dice”, el maestro, en muchas ocasiones deja de ser democrático en su aula no por los conocimientos que imparte, sino por el cómo lo hace.
Intentar que las escuelas se democraticen no significa pretender, a mi juicio, que “inventen formas de enseñanza nuevas o planifiquen actuaciones y actividades nuevas”, sino simplemente que se organicen de forma diferente y articulen procedimientos o formas de enseñar distintos de los actuales. Por ejemplo, en lugar de conocer el alumnado a posteriori el contenido del Plan de Convivencia del Centro, sufriendo la aplicación de sanciones contenidas en el mismo, participar directamente en su elaboración, junto al resto de integrantes de la comunidad educativa. Otro ejemplo que yo considero primordial para incitar a la participación son las asambleas de clase, que son puestas en marcha muy acertadamente en la etapa de educación infantil y que después se abandona su práctica en Educación Primaria y Secundaria, justamente cuando la madurez que proporciona la edad podría ser un instrumento imprescindible para que dichas asambleas fueran operativas desde el punto de vista democrático.
Igualmente, un currículum democrático sería aquél en el que además de estar contenidos los conocimientos que las editoriales incluyen en los mismos, se pudiera formar con las aportaciones realizadas por el alumnado: preguntas, dudas, criterios propios sobre los temas tratados, etc. De este modo, los alumnos y alumnas no se limitarían a recibir, de forma pasiva una serie de datos ya creados, sino que tendrían libertad para construir parte de su propio aprendizaje.
Del mismo modo, según dice Eulogio García, “solo algunos pedagogos visionarios se han atrevido a imaginar que las reglas pudieran ser negociadas con los estudiantes. Pero…la negociación de las normas no conduce a la laxitud…se convierte en garantía de su aplicación” (Eulogio García, 1.994: 8). Yo estoy de acuerdo con estas afirmaciones, pues tras mi experiencia de trabajadora social en el ámbito educativo, he comprobado cómo el consenso o negociación entre el profesor y el alumnado de las normas internas del aula, ha conseguido mejores resultados en el respeto a las mismas que las reglas que el alumnado ha visto impuestas en el aula desde comienzos de curso, sin dejar margen para la creatividad y el diálogo entre ambas partes.
Otro aspecto primordial, a mi juicio, del contexto democrático de la escuela, lo constituye la posibilidad de contar con los padres en la organización y toma de decisiones importantes a nivel interno. Hasta ahora, queda a merced del voluntarismo de cada centro escolar el ejercicio de esta necesidad, pues aunque a nivel legislativo se predica la participación formal de los padres ( tanto en la LODE, LOGSE como en la LOE actual, lo cierto es que, especialmente en la Educación Secundaria se podrían buscar espacios informales donde se hiciese real la colaboración y participación de las familias en el sistema educativo, posibilitando así la elaboración conjunta de un proyecto educativo de calidad, de éxito escolar, social y personal para todos los miembros integrantes de la comunidad educativa; en definitiva, construyendo una escuela más democrática.
Expondré algunas muestras de problemas detectados al respecto: con la publicación del Decreto y demás normativa de desarrollo acerca de la Convivencia en los centros, se ha recogido la opción voluntaria del nombramiento de madres y padres delegados para poder actuar después por ejemplo como mediadores en los problemas de convivencia que puedan surgir; pues bien, en primer lugar no conozco por el momento a ningún padre o madre delegado que haya surgido de la normativa de convivencia y me gustaría saber cuántos hay en toda Andalucía y por otra parte, me han dicho Directores de Centros que no plantee tal posibilidad porque el profesorado “no quiere a los padres y madres metidos en la enseñanza”.
De otra parte, son bastantes las familias que han recurrido la imposición de la sanción consistente en la privación del derecho de asistencia al centro sencillamente porque “no habían sido escuchados o sus hijos o ellos mismos”, trámite que resulta necesario según la legislación.
También, son insignificantes los casos en los que los tutores “cuentan con los padres” para solucionar preventivamente los conflictos del aula, antes de proceder a imponer la sanción correspondiente. Yo estoy convencida de que la Escuela “se ahorraría” un número importante de expulsiones, si desde el primer momento de la detección del primer conflicto, por nimio que sea, se realizaran acuerdos y compromisos con las familias para atajarlo de forma inmediata y lo mismo ocurre con el primer apercibimiento o la primera expulsión.
Por todo lo expuesto, la democratización de la escuela, al menos la pública, está aún lejos de conseguirse, ya que los profesionales más formados y los primeros interesados en lograrlo, que deberían ser los profesores, no muestran, excepto modelos ideales aislados, el interés necesario para comenzar a dar los primeros pasos.
Por ello, la única esperanza en este sentido hay que situarla en la concienciación y formación de las familias, con el fin de que sean éstas quienes presionen a los centros, bien a pequeña escala a través de padres individuales o bien a través de sus asociaciones o federaciones de madres y padres. Pero esta opción corre el peligro de la imposición de un modelo democrático en las escuelas cuando en realidad debería partir desde dentro, por lo que todo lo que resulte motivación extrínseca tiene escasas posibilidades de éxito a medio o largo plazo.
La solución a una gran parte de las dificultades planteadas, desde mi punto de vista, viene dada por la formación del profesorado, tanto desde el inicio del aprendizaje de la profesión como en el posterior reciclaje profesional, contando con el elemento primordial, que es la vocación de educador-enseñante y poseer igualmente las cualidades y los valores personales propicios para el ejercicio diario de esta hermosa tarea en el aula, habiéndose demostrado con los años y en la actualidad que muchos maestros y profesores carecen de tales prerrequisitos, tan obvios como imprescindibles en una escuela que pretenda ser democrática.

Bibliografía consultada

GARCÍA VALLINAS, Eulogio (1994): Los saberes y las competencias del docente en la escuela democrática. La dimensión ética de la práctica Universidad Complutense (Tesis Doctoral).
RUDDUCK, J (1999): “ Education for all”, and achievement for all´and pupils who are´ too good to drift´( the second Harold Dent memorial lecture) Education Today 49, 2, 3-11.
SANTOS GUERRA, M.A.(1995) Democracia escolar o el problema de la nieve frita. Volver a pensar la educación. Vol. I Morata. Madrid.
SANTOS GUERRA, M.A.( 2000). La escuela que aprende. Morata. Madrid.
VARELA, J.P (1874): La educación del pueblo. Publicado por la Dirección General de Instrucción Pública. 2ª Edición. 1910. Edit. El Siglo Ilustrado. Montevideo.


PAULA PRADOS. ALUMNA DEL MÁSTER:
“CULTURA DE PAZ, CONFLICTOS, EDUCACIÓN Y DERECHOS HUMANOS”.

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