domingo, 28 de marzo de 2010

Familia-Escuela: Binomio imprescindible


FAMILIA –ESCUELA: BINOMIO IMPRESCINDIBLE


            Este artículo pretende ser una reflexión sobre las relaciones que se producen y sobre todo, que deberían producirse en el ámbito educativo entre las familias y el profesorado, con el único y principal objetivo de favorecer al alumnado desde todos los puntos de vista: enriquecimiento personal, aprendizaje, mejora de la convivencia y un largo etcétera.
            Desde el punto de vista legislativo, las correspondientes leyes, orgánicas o no, que se han publicado en nuestro país hasta la fecha actual, han destacado en mayor o menor medida, los derechos de los que pueden disponer y/o ejercer los padres en relación con el centro educativo de sus hijos.
            No obstante, a mi juicio, ni estas leyes ni la normativa de desarrollo de las mismas han reseñado suficientemente la importancia o alcance que tienen para los y las alumnos de todos los niveles educativos no universitarios las relaciones que deben producirse entre las familias y los centros escolares donde sus hijos e hijas cursan sus estudios.
            Las razones, pienso, han sido varias: Quizá, la razón fundamental de ello haya sido la falta de conciencia de los legisladores acerca de las repercusiones tanto positivas como negativas, en todos los aspectos, como ya veremos, que ocasiona una adecuada relación o por el contrario, escasos o contraproducentes contactos entre ambas partes.
Lo que resulta evidente y fuera de toda duda es que, como se ha dicho en más de una ocasión, ambas instituciones: familiar y escolar “están condenadas a entenderse”, sea o no mutuo el interés por mantener una relaciones óptimas.
No conozco estudios y/o investigaciones acerca de los resultados académicos, satisfacción personal, nivel relacional, etc., que obtienen por un lado  los y las alumnos cuyos padres no se interesan  por sus estudios, no acudiendo por tanto al centro escolar ni cuando resulta imprescindible y por otro las calificaciones y grado de satisfacción general que obtienen los alumnos y alumnas cuyos padres mantienen una relación fluida y adecuada a lo largo de toda su escolaridad con los correspondientes tutores.
No creo equivocarme si afirmo, aunque sin estadísticas en la mano, que los resultados serían bastantes o muy distintos en uno y en otro grupo de alumnos estudiados.
Como entendería cualquier persona profana en la materia, los beneficios que reporta para los alumnos y alumnas una relación familia –escuela satisfactoria se aprecian no sólo a corto, sino sobre todo a medio y largo plazo.
De un lado y desde la estricta visión académica, el interés por  el estudio aumenta y se potencia la motivación por el aprendizaje en aquellos niños y niñas y también adolescentes que se sienten apoyados por sus padres, además de por sus profesores y al mismo tiempo si conocen que son controlados tanto por sus padres como por los docentes que les imparten las clases.
Me refiero al hecho de “sentirse importantes” tanto a nivel familiar como a nivel escolar, elemento subjetivo que repercute en gran medida en su autoestima.
No se debe dejar atrás en esta exposición un aspecto que resulta relevante y que no tendrían que olvidar ni padres ni profesores desde que un niño o niña se escolariza por primera vez y es el hecho de que tantos unos como otros realizan una labor educativa con esa persona y que ambas partes son responsables del desarrollo integral de sus capacidades personales y sociales.
Por ello, no es cuestión de que los padres, una vez que escolarizan a sus hijos, piensen “ahora que los eduquen los maestros o viceversa”.Que el profesorado manifieste: la función educativa principal la deben cumplir los padres. Hay que tener siempre en cuenta que todos los alumnos permanecen durante cinco días a la semana 5 o 6 horas, según edad, en el centro educativo con lo cual la influencia en todos los ámbitos de su desarrollo está más que asegurada.
De otro lado, el alumno o alumna es una sola persona, que resulta ser alumno e hijo al mismo tiempo y que por tanto no puede ser separado en su educación e instrucción en compartimentos estancos sin ningún tipo de encuentro y acuerdo sobre las pautas generales a seguir con ellos.
Siguiendo con los beneficios que reportan estos encuentros frecuentes y provechosos entre los padres y los profesores, se puede citar el nivel óptimo de relaciones que mantiene el niño tanto con los profesores como con los demás compañeros del centro escolar.
A todos los padres nos interesa que nuestros hijos obtengan unos óptimos resultados académicos, pero habría que preguntarse ¿nos interesa igualmente si nuestro hijo/a mantiene unas relaciones adecuadas y por tanto es feliz en el centro educativo? Por mi experiencia, puedo afirmar que la dinámica relacional no es considerada “tan importante” como las calificaciones y esta actitud no deja de ser errónea, ya que en primer lugar se debería pretender que se encuentren los alumnos a gusto en la institución escolar ya que sólo de este modo, se encontrará más motivado para el aprendizaje y progresará académicamente.
Por ello, si los padres, en las reuniones de tutoría  correspondientes obtienen información sobre el hijo y frecuencia de las relaciones de sus hijos, tanto con el profesorado en general como con el resto del alumnado y apoyan la función del tutor para resolver cualquier incidencia significativa que pueda aparecer, dicha situación  no tendrá efectos negativos sobre la vida y resultados escolares, sino todo lo contrario.
También, como resulta obvio, los padres que mantienen un contacto frecuente con el centro escolar desde el inicio de la escolaridad, ejercen sobre sus hijos un mayor control sobre su conducta, lo que puede resultar bastante o muy beneficioso cuando cumplen la edad, de por sí complicada, de la adolescencia.
Relacionado con este tema, no me gustaría dejar olvidado un dato de gran trascendencia práctica: me refiero a la repercusión comportamental, que se aprecia en determinados alumnos, de los conflictos familiares que sufren directa o indirectamente en sus respectivos domicilios. Por poner uno de esos ejemplos  más claros y repetidos, citaré el tema de las separaciones y/o divorcios traumáticos de los padres. Si el contacto familia-centro es fluido y se desarrolla en un clima de confianza y cordialidad, el tutor puede llegar a entender la conducta del alumno afectado y el problema y atajar convenientemente y de forma preventiva la situación conflictiva en el aula si conoce el motivo fundamental que la provoca, sea del tipo que sea.
Todo ello apoyado en la idea de que el profesor no puede perder nunca de vista que directamente tiene a unos alumnos en su aula pero indirectamente también tiene a las familias de estos y que la realidad familiar tiene su proyección clara en las aulas del mismo modo, cuando los alumnos salen de sus clases, acuden a sus respectivos domicilios con la realidad escolar insuperable de sus vidas.
En definitiva, se puede concluir este apartado afirmando que el proceso educativo de un niño/a hay que considerarlo como una tarea común de sus padres y profesorado y que sólo aunando esfuerzos  e implicándose a lo largo de todo el proceso formativo ambas partes, se puede consolidar una verdadera educación personal de carácter integral.
Por ello, la participación y asistencia de las familias a los centros educativos no puede limitarse únicamente a los primeros años de la escolaridad, cuando los padres consideran que sus hijos necesitan más su presencia en la escuela, sino que este acercamiento debe mantenerse a lo largo de toda la enseñanza obligatoria por los beneficios que hemos visto que reporta estos encuentros familia-colegio no sólo hasta los dieciséis años, sino fundamentalmente por las repercusiones que de esta relación en el desenvolvimiento de la vida adulta de los exalumno/as.
           
                                                                                              Paula Prados Maeso

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